viernes, 5 de marzo de 2010

Aecht Schlenkerla Rauchbier estilo Märzen

Ayer, en la Roma Norte de la Ciudad de México, me encontraba cerca de una expendedora de cervezas del mundo cuyo nombre es La Belga, nombre con connotaciones genitales y, por lo tanto germinales, como el estado parcial en que se encuentran los granos de cebada cuando están a la mitad del proceso de malteado, cuya segunda etapa consiste en el secado rápido de los granos, secado que puede llevarse a cabo de varias maneras: por exposición a los rayos del sol o por exposición al fuego, o por otros métodos, de los cuales no hablaré porque, al pasar por la Belga, pensé en una cerveza ahumada, la Aecht Schlenkerla Rauchbier estilo Märzen, cocinada a partir de granos secados al fuego de troncos de fagus, árbol cuya corteza no me recuerda al color caoba de la Schlenkerla Märzen, la cual compré en La Belga (por andar por ahí, como ya dije) y degusté posteriormente con tanto deleite, debido a su retrogusto con notas de madera, a su astringencia última y a su fuerte sabor que a la memoria me traía los quesos ahumados, el jamón ahumado e incluso el tocino.
     Acompañarla con aceitunas negras fue fabuloso.

viernes, 11 de mayo de 2007

Praga

En la misma ocasión que visité a mis abuelos (de la cual les hablé), fui a Praga, donde conocí (en esta misma ocasión) a Pregelski, un detective que siempre estaba enojado por el hecho de que la gente sólo viniera a visitar Praga para conocer el Pražský hrad, el castillo de Praga, que tan famoso hizo Kafka, de quien no hablaré porque me atormenta pensar en atormentados, incluso si sólo de dicho, pues si alguien es algo de dicho, algo del de en dicho en dicho será; como Pregelski, de quien se decía que era completamente calvo pero no, pues tenía una pequeña mata pubescente y globosa justo en la mollera, así llamada por muelle, que no es un muelle como el Rašínovo nábřeží, el muelle Rašínovo, frente al río Vltava, el río Moldava, donde se encontraba el hotel donde me hospedé, el Residence Standard; ni tan estándar, puesto que los cuartos eran departamentos con dos dormitorios, cocina pequeña (aunque con trinchador sin trinches, sí con trinchantes y trincheros a falta de trinchantes de palacio), sala con aire acondicionado, y tresillo cuyos sofá y butacas estaban hechos con nueve gigantes cartas de naipes en fibra de vidrio, de las cuales, por superar en bazas a las demás, ganaba aquella que era asiento; donde me senté varias veces y de donde me levanté también para mirar desde mi ventana el Pražský hrad, sitio tan kafkiano, nocturno y burocráticamente pesadillesco como no lo eran aquellos entre los cuales se encontraba el Residence Standard: el Národní Divadlo, el Teatro Nacional, y Vyšehrad, un promontorio rocoso que no prometía nada por inerte y donde se encontraba una fortaleza en cuyo interior se encontraba un castillo, la Kostel svatého Petra a Pavla (la iglesia de San Pedro y San Pablo, no Mármol), un parque muy apreciado los fines de semana por las familias checas (y, los demás días, por lo menos por mí, debido a las espléndidas vistas que ofrecía sobre el Vltava) y la Rotunda svatého Martina, la Rotonda románica de San Martín, la cual podía contemplar meditabundo desde el jardín del U Vyšehradské Rotundy con una cerveza en la mano y no en el pie, debido a la dificultad; dificultad semejante a la de hablar checo cuando no se sabe, checo o hablar; cosa que quise hacer con Pietra (conocida anteriormente sólo de vista y de relatos de mi amigo Quique), pues pasaba justo enfrente de mí cuando tomaba bohemiamente mi cerveza estilo pilsen, que no la bebía bohemiamente en recuerdo de Bohemia, sino porque me pongo bohemio cuando bebo cervezas estilo pilsen, nombradas así por Pilsen, ciudad checa cerca de Praga; ciudad donde me encontraba justo cuando Pietra pasó al lado de svätý Peter petrificado; a quien no le pude decir nada porque yo le era desconocido; al igual que lo había sido hasta hace poco Vyšehrad; de donde después descendí para tomar el Rašínovo nábřeží, pasar por el Masarykovo nábřeží, llegar a Národní, visitar el Národní Divadlo, volver al Masarykovo nábřeží, llegar al Smetanovo nábřeží y finalmente cruzar el puente más antiguo de Praga, el Karlüv most, custodiado por dos torres: la Staroměstská mostecká věž, la torre del puente de la ciudad vieja (que se encontraba del lado donde me encontraba), y la Malostranská mostecká věž, la torre del puente del barrio pequeño (del otro lado), hasta donde llegué para pasar por el chrám svatého Mikuláše, la iglesia de San Nicolás, e ir al Pražský hrad, que, al haber ya oscurecido para entonces, era tétricamente iluminado por los relámpagos seguramente producidos por el alma atormentada de Jehuda Liva ben Becalel, el rabino Löw, el creador del famoso Golem de la judería Josefov, el cual mató a algunas personas al encontrarse confundido por falta de instrucciones, pues el rabino hubo olvidado, antes de oficiar la ceremonia del sabat, sacar el šém de la boca del Golem, que fue después abandonado en el desván de la Staronová synagoga (la sinagoga Viejanueva), desván al que prohibió la entrada el rabino Löw; a quien ya no tuve el gusto de conocer.

lunes, 30 de abril de 2007

El Zinco

Varias veces he ido al Zinco, un bar de jazz en el bajo centro que cuando lo miré desde el centro en su interior por primera vez, pensé que me encotraba en los años treinta o cuarenta, rodeado de hombres de traje con corbatas anchas y cortas, pantalones anchos y sombreros fedora, de mujeres con trajes de noche y de hermosas y delgadas meseras vestidas completamente de negro, color contrastante con su piel blanca delicadamente envuelta por volutas de humo de cigarro iluminadas por una luz tenue enrojecida por el tercipelo rojo de las cortinas del escenario que se encontraba a mi izquierda y en el que se encontraban los instrumentos de los músicos, quienes, dominados por sus intrumentos, tocaban el jazz más enajenante y casi alucinante hacia unas mesas repletas de comensales con sus bebidas en las manos hipnotizados por ese jazz-estupefaciente, detrás de las cuales se encontraba una balaustrada con barandales suficientemente anchos para contener platos de comida o bebidas, que se podían pedir a las meseras o directamente en la barra, que estaba separada de la balaustrada por un pasillo estrecho que, una vez lleno, me invitaba a aprovechar cada roce con alguno de esos seres blancos que servían, y que cruzaba perpendicularmente otro pasillo, con la barra a su izquierda y mesas al lado de una pared acolchada con forro de cuero a su derecha, que iba a dar a un pasillo perpendicular que tenía en un extremo una sala de espera reservada a los músicos y adornada con dos bóvedas bancarias y en el otro los baños, cuya sección para caballeros contenía migitorios en forma de boca de ballenas sedientas y deseosas de beber que nadaban en un mar de azulejos negros y blancos que formaban un tablero de ajedrez al igual que los azulejos del pasillo en forma de L de la entrada, en cuyo extremo más corto pendía una cortina de terciopelo rojo que ocultaba ese mundo perdido en los treintas o cuarentas, en cuya esquina sentada estaba una hermosa portera negra vestida de negro que atiendía sobre una mesa circular y cuyo extremo más largo iba a parar a una escalera, resguardada por un niño soldado, que daba a Motolinía.

miércoles, 18 de abril de 2007

Hinz Rodrerich

Hace poco fui a Alemania a visitar a mis abuelos maternos, quienes son de la ex-Alemania del Este, a saber, de Zwickau, donde, precisamente, conocí a Hinz Rodrerich, quien inventó el Wörterbuchszufallswörter, método que utiliza para escribir cuando le falta inspiración, que es imprescindible para un escritor.
Visité a mis abuelos porque era cumpleaños de mi abuela Lavinia, que hace un pastel buenísimo que se llama Christstollen, cuya historia les contaré en otra ocasión.
Salía de casa de mis abuelos para ir a ver a mi amiga Claudia, a quien conocí desde la infancia, pues hubo un tiempo en que viví en Zwickau, ya que me iba a presentar a un señor que conoció su mamá mientras trabajaba en el ferrocarril que tanto le gustaba porque viajaba muchas veces a Estambul.
Hinz Rodrerich, la persona que quería que conociera mi amiga Claudia, vivía solo acompañado de un perro pastor alemán en un departamento de un edificio muy viejo aunque no descuidado cerca del ferrocarril que era utilizado para alojar escritores, frustados o no, activos, es decir, que estuvieran escribiendo novelas o cuentos o ensayos o microrrelatos pero no telegramas a su mamá, a pesar de que un telegrama pudiera ser considerado como una instalación, arte-acción o arte-objeto si se le da un marco teórico adecuado.
Su método Wörterbuchszufallswörter consistía en escoger al azar un número finito de palabras de un diccionario o una enciclopedia para que éstas le sugirieran un tema o idea que plasmar en papel, pues si el número era infinito, corría el riesgo de escribir para siempre, lo cual no deseaba, ya que, como todos sabemos, todos moriremos algún día o alguna noche.

jueves, 15 de marzo de 2007

Pos éste soy yo

He visto tanta gente escribir su blog que me han contagiado de sus ganas de compartir con el mundo por lo menos hispanoparlante sus pensamientos, vivencias, ocurrencias y otras cosas abstractas que no recuerdo por el momento, pero que seguramente recordaré mientras vaya escribiendo en este blog y que ya no escribiré por falta de ganas de editar tantas veces una entrada que no vale tanto la pena.
Soy un alemán de ascendencia española que vivió parte de su infancia y adolescencia en México, país que me recibió con los brazos abiertos y con una sonrisa en el rostro debido a mi apellido poco afortunado que hace reír a chicos y grandes, letrados o no, ya que mi apellido también se utiliza como nombre de una parte muy apreciada por hombres cuando ésta se encuentra en una mujer voluptuosa, cuidada por adolescentes varones debido a las constantes bromas abusanalgas como el calzón chino y el sacacaca, enrojecida por los cinturonazos recibidos por una travesura o un desvío de comportamiento cuando se es niño y risible, incluso si es hermosa, cuando por accidente o broma pesada, ha quedado descubierta, al aire como cuando vinimos al mundo.